viernes, 24 de septiembre de 2010

El "evolucionismo revolucionario"

A propósito de una lectura de Estudios socialistas (Jean Jaurès)


JESÚS MELLA
1º de julio de 1.997


 
La indiscutible figura de Jean Jaurès (1859-1914), su autoridad intelectual y su actividad política, inauguró en Francia una larga tradición socialdemócrata y comunista. Baste recordar en este último caso que fue cofundador del diario L´Humanité en 1.904 y su director hasta su violenta muerte.

Su referente doctrinal -el jaurèsismo- ha convivido y trascendido dentro de las diferentes corrientes de la izquierda gala hasta nuestros días, presentándose, casi siempre, como tercera vía entre la socialdemocracia de corte clásico y el comunismo.

En su trayectoria, ”le grand Jaurès” es nominativamente antisistema y, en consecuencia, a la vez que su participación en las instituciones burguesas irá dando una imagen de corresponsabilidad en la gestión del Estado y en el ejercicio del poder, va imponiendo el abandono de los ritos y liturgias del primitivo movimiento socialista. Jaurès, como más tarde Léon Blum, supieron incorporar todos estos cambios al discurso político, mientras que la tendencia guesdista del socialismo francés -más próxima al marxismo ortodoxo- se va a mantener aferrada no sólo a la línea argumental primitiva, sino también a las mismas imágenes plásticas1. Paradójicamente, tras la Segunda Guerra Mundial, será el guesdismo quien triunfe y controle los resortes del partido; pero a partir de entonces el vaciamiento progresivo será una constante en cada etapa y la acción política de los líderes de la S.F.I.O. (resultado de la unificación orgánica de la diferentes fracciones desde 1905 a 1971) acabará deslegitimada por la ineficacia de un discurso que pertenecía a otra época y que degeneró en puro verbalismo. En cambio, el jaurèsismo, que había trascendido más allá de su propio protagonista, no podía considerarse extinguido. De alguna manera, todavía aún hoy, socialistas y comunistas se disputan el espíritu del gran pensador y político nacido en Castres.


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Cuando Jean Jaurès edita sus Études socialistes (París, 1902) el universo ideológico socialista francés es difuso y sencillo a la vez, predominando como asuntos básicos de debate y discusión: el sentimiento de que el orden social es impuesto   -siendo necesario para corregirlo la sustitución de la propiedad capitalista-, la insatisfacción por dicho orden social existente, y un cierto antimilitarismo -más contra la guerra que contra el Ejército- mezcla de defensa del republicanismo y de pacifismo internacionalista. Otros dos temas que estarán en el candelero sobre todo a nivel de discusión entre los dirigentes de las distintas tendencias serán el de reforma o revolución como vías al socialismo, y las relaciones entre sindicalismo y socialismo o, lo que es lo mismo, el relativo a la autonomía sindical o su subordinación al partido como instrumento de tránsito al socialismo. Todo ello, claro está, dentro del bloque de referencias históricas e identidades comunes a la izquierda: el ideal republicano, evocado casi siempre con tintes líricos, y el laicismo anticlerical, descafeinado en el caso de los socialistas y en muchos casos utilizado como bandera de unidad de la izquierda para escamotear la cuestión social.

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Si difícil es, por no decir imposible, tratar de esquematizar el discurso socialista de Jaurès en unas cuantas líneas, también es complicado hacerlo a partir de la lectura de una recopilación de artículos y ensayos de prensa, como es el caso que nos ocupa. Y es dificultoso por dos motivos principalmente: por la riqueza y armonía de su teoría y pensamiento políticos   -que ha merecido sólidos estudios-, y porque su producción intelectual, a pesar de su autoridad moral y política, no logró impregnar las estructuras orgánicas e institucionales del socialismo en Francia y por tanto no se tradujo en práctica política común. Por eso se hace necesario un análisis de otros textos posteriores y fundamentalmente de su obra capital L´Armée nouvelle (1911). Los Estudios socialistas son un buen pretexto, un primer esbozo con todos los ingredientes, para abordar el pensamiento político jaurèsiano en su totalidad.

Cuando Jaurès da a público conocimiento sus Estudios formando volumen, el socialismo francés se presentaba más dividido que nunca en tres corrientes principales: el Partido Socialista Francés, con el propio Jaurès como principal ideólogo a pesar de su independencia militante, el Partido Socialista de Francia (guesdistas y blanquistas) y los sindicalistas. Son también años difíciles para el tribuno francés en su trayectoria personal.

El origen de tal obra recopilatoria se remonta a tiempo atrás (julio-noviembre de 1901), cuando Jaurès publica en el periódico socialista La Petite République, que dirige Gérault-Richard, una serie de artículos y que el poeta Charles Péguy  -de forma sorprendente dada su turbulenta relación posterior con Jaurès- tiene la ocurrencia de reunirlos en volumen en diciembre de 1901 bajo el título de Études socialistes en los talleres de su joven e independiente revista Cahiers de la Quinzaine para una mayor difusión2  y para que no queden en el olvido cotidiano. No son superficiales, a pesar de ser artículos de prensa, pues Jaurès siempre consideró al periódico como un medio de comunicación esencial con los lectores para exponer su pensamiento.

Algunos de los artículos allí recogidos toman como punto de partida las ideas de la Revolución francesa sobre la propiedad individual y el derecho de sucesión, y son un ejemplo de claridad, precisión y de fuerza persuasiva. Ve en su creatividad jurídica resultante el porvenir de la sociedad francesa. Tales referencias entusiastas y precisas a la Revolución francesa se explican porque en esos años está escribiendo su conocida historia.
Pero lo que otorga a los Estudios socialistas toda su importancia, por asentar a partir de entonces a Jaurès en la historia del pensamiento socialista, es su introducción, consecuencia sin duda de su controversia con Guesde en Lille justamente un año antes y de la que ha salido fortalecido, titulada ”Question de méthode” y que en las diferentes ediciones al castellano ha sido nominada ”¿Cómo se realizará el socialismo?”, pregunta que ya se había hecho Liebknecht en 1881 y que ahora intenta responder el pensador francés a lo largo del citado ensayo, en un momento de profunda división del socialismo en Francia, como hemos dicho. Está escrito el 7 de noviembre de 1901, quince días después de la firma  de la carta de Ivry por guesdistas y vaillantistas.

En tan notable carta-prefacio Jaurès tiende a exponer una orientación de conjunto. Polemiza, no sin aspereza e ironía, con los marxistas ortodoxos. Refuta y critica con apasionamiento la manera y los planteamientos a través de los cuales el Manifiesto del Partido Comunista -de 1947, pero que envejecía con dificultad3 - concibe la revolución proletaria. Puede decirse que hasta el fin de sus días Jaurès aprovechará toda ocasión para dirigir una crítica, a la vez la misma y diversa, a algunas de las formulaciones vigorosas, concisas y elípticas del Manifiesto. Lo considerará como el expediente de revolución de una clase impaciente y débil que quiere acelerar artificialmente y a base de predicciones la marcha de las cosas.

De la lectura del texto jaurèsiano -que no es una crítica muy sistemática tampoco- se desprende su negativa a admitir que la evolución del capitalismo condena irremediablemente al proletariado a una creciente degradación social y al pauperismo. Señala con claridad sus preferencias por un socialismo democrático tal como es concebido por Lassalle y apunta, influido por éste, ”ce n´est pas par la contre-coup imprévu des agitations politiques que le prolétariat arrivera au pouvoir, mais por l´organisation méthodique et légale de ses propes forces dans la loi de la démocratie et du suffrage universel. Ce n´est pas par l´effondrement de la bourgeoisie capitaliste c´est par la croissance du prolétariat que l´ordre communiste s´installera graduallement dans notre société.”

Como vemos, entre esta concepción y la del breve pero bíblico Manifiesto comunista la distancia es abismal4. Pero a la vez que critica a Marx y Engels da a conocer todo lo que el socialismo les debe, les reconoce el mérito decisivo de haber reconciliado -haciéndolos sinónimos- el movimiento obrero y el socialismo, hace inventario de las ideas y conceptos generales de origen marxista sobre los cuales y en adelante todos los socialistas deben o deberán estar de acuerdo; y, en cierto modo se esfuerza por vincularse a Marx: en este sentido el mismo concepto de evolución revolucionaria lo toma prestado a Marx, presentándolo como la clave marxista de su gradualismo. Hasta el final de su existencia no variará substancialmente sus posiciones sobre el marxismo, aunque sobre algunos aspectos y problemas matizará y añadirá puntos de vista complementarios. Por todo ello creemos que hace una aportación eficaz a la unificación de las fuerzas socialistas francesas de su tiempo, idea por la cual trabajará con optimismo desde  su misma llegada al movimiento socialista.

De la importancia de este ensayo da idea el hecho de que en cuantas ocasiones se han editado antologías del pensamiento jaurèsiano, se ha reproducido total o parcialmente. Tal es el caso de las recopilaciones de textos escogidos efectuadas por E. Vandervelde en 1929, por Jean Rabaut en 1964 o más recientemente por Madeleine Rebérioux, entre otras muchas. Así es, la celebridad de la carta-prefacio ha eclipsado el conjunto de la selección de artículos porque da a toda la obra su sentido e intención profunda y un rasgo de unidad. Jaurès lo presenta, a su vez, como el esbozo de una obra más importante y documentada, obra que jamás será escrita, pero que en cambio hace que se mitigue en parte su temporalidad.5

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Para poder comprender el pensamiento de Jean Jaurès, su posicionamiento político derivado de él y por tanto su praxis política diaria, es necesario previamente avanzar dos pinceladas sobre el universo ideológico y la concepción del desarrollo histórico del tribuno galo.

Como es sabido, para Jaurès la historia humana, como todo el universo, avanza de modo gradual y continuo hacia la armonía final universal y, por ello, su curso se desarrolla de acuerdo con leyes ideales que conducen necesariamente a esa futura armonía. No hay espacio, pues, para la contingencia en esa evolución de la humanidad. Pero, consecuentemente con la armonía universal que la guía, esa necesidad evolutiva no es ajena a la bondad ni a la justicia e incluye, por lo tanto, una finalidad propiamente moral. El socialismo es para la humanidad el resultado de esa tendencia hacia la armonía. De ahí su distanciamiento de las versiones marxistas del socialismo de estricto carácter naturalista, su visión humanista y ético-moral del socialismo y la consideración del mismo como un ideal más o menos consciente al que los hombres han tratado de aspirar desde siempre.


La integración del materialismo histórico en ese esquema da lugar a otra de las muchas síntesis que conllevarán los planteamientos filosóficos de Jean Jaurès, y que a él tanto le gusta resaltar desde el punto de vista retórico: una concepción a la vez idealista y naturalista de la historia. Su articulación, dentro del marco macroevolutivo al que nos hemos referido, parte de los supuestos de que el desarrollo histórico, además del sentido ideal y finalista que, como hemos visto, le atribuye, tiene también un fundamento económico desde el momento en que ese desarrollo radica en la conflictividad entre el hombre como portador de esos valores eternos latentes de bondad y justicia a los que aspira y el uso abusivo que el orden económico hace de él. El curso de la historia será siempre progresivo en cuanto que cada forma económica nueva siempre tenderá a aproximarse a esa idea que la humanidad tiene de ella, y, por tanto, a disminuir su contradicción. El ansia más o menos consciente de la humanidad en la consecución de la libertad y la justicia es, pues, un elemento fundamental de la contradicción que promueve el desarrollo histórico y en cada nueva forma social existen valores positivos progresivos. Y el final de ese desarrollo se cumplirá cuando el socialismo logre que el hombre sea utilizado como lo que es6. Elementos fundamentales de la concepción marxista como la lucha de clases o la plusvalía son integrados, con mayor o menor fortuna, por Jaurès a partir de este planteamiento.

Esta visión del devenir histórico, que a grandes rasgos acabamos de sintetizar, impregnó el talante socialista de Jaurès y fue una de las directrices básicas de su acción política. Desde esta concepción se justifica congruentemente el reformismo evolutivo y gradual que defenderá el tribuno francés y que será considerado por el propio Jaurès -tan amante de los términos antitéticos- como un evolucionismo revolucionario. Revolucionario desde el momento en que por revolución entiende exclusivamente el objetivo y no el medio, es decir, la transformación radical de la sociedad burguesa en la sociedad socialista a través de la colectivización de los medios de producción; lo cual significa el establecimiento de la auténtica democracia social, puesto que en ella se integran la democracia política de la sociedad burguesa y la libertad económica que se deriva de la socialización de la propiedad. Evolucionismo, porque el camino que debe seguirse para conseguir esa realidad revolucionaria debe ser gradual, evolutivo y no implica la acción violenta, brusca, sino la acción reformista legal, pacífica y paulatina que supone como condición necesaria la existencia de la democracia política que posibilita a través de la vía parlamentaria y sindical no sólo educar y organizar a los obreros para la futura sociedad socialista, sino obtener mejoras  legítimas en sus condiciones de trabajo y de existencia.


Estamos, pues, ante una posición centrista -por utilizar la terminología y la perspectiva del socialismo de la época y que, en términos objetivos, no es sino una forma más de reformismo- que se distingue claramente, por lo menos en el plano teórico, del reformismo de cuño bernsteiniano, del que Jaurès se desmarca netamente al no aceptar el abandono del fin último revolucionario ni limitar los objetivos reformistas a los intereses parciales y a corto plazo de la clase trabajadora. Y sin admitir tampoco que el proletariado se esté diluyendo entre los otros grupos sociales, sino, al contrario, defendiendo la necesidad del mantenimiento de su identidad y autonomía política y organizativa propias. Lo que no excluye la posibilidad de llegar a situaciones de compromiso y de acuerdo, es decir, de colaboración política con otros grupos sociales que sostengan valores comunes que finalmente también van a ser incorporados a la sociedad socialista7. Asuntos estos sobre los que volveremos más adelante.

Este planteamiento ético-filosófico del socialismo como reformismo innovador lo desarrolla explícitamente Jaurès en sus escritos teórico-políticos pero también en las actitudes que mantiene ante los acontecimientos políticos concretos de su tiempo.

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En pocas palabras, la teoría socialista jaurèsiana es un permanente ejercicio de síntesis y de conciliación de elementos ideológicos contrarios, pretendiendo armonizar en todo momento socialismo y formas democráticas. Un claro talante integrador. Más próximo a Michelet y otros filósofos franceses que al propio Marx, en su discurso el socialismo se nos aparece como íntimamente ligado a la Revolución francesa y a su memoria histórica. Así, en su obra Introducción a la historia socialista de la Revolución francesa se refiere al “socialismo inmenso, verdadero y humano” que se contiene en la Revolución y manifiesta que ”es el socialismo el único que dará a la declaración de los derechos del hombre todo su sentido y el que realizará los derechos humanos”8.

Todos los estudiosos de la teoría política de Jaurès niegan que este sea un revisionista al estilo de Bernstein, ya que éste aplica el revisionismo sobre las ideas-eje internas del marxismo y en cambio el filósofo francés -que refuta el revisionismo de aquél- lo hace, como hemos expuesto antes, bajo el influjo de categorías extrañas y refractarías al propio marxismo. Ha de recordarse en este punto, su procedencia del republicanismo y la circunstancia de que la elaboración de su pensamiento teórico se forma y se fragua antes de haber leído a Marx.

En su discurso9 parece haber un futuro sin Marx, y aunque en ocasiones se refiere a Marx, lo hace simplemente para otorgarle un lugar -el lugar que le corresponde- dentro de la filosofía occidental y, contra el propio Marx -como hemos visto- toma sus textos para contra-argumentarlos y poner objeciones al conceptualismo marxista, que nunca es utilizado como análisis, defendiendo así sus posiciones. Llega, sin quererlo, a forzar el sentido de las palabras de Marx, haciendo de él ”un simple evolucionista”. Toma de Marx lo que le parece asimilable. Tal sucede, por ejemplo, en la mentada introducción (Cuestión de método) a los Estudios socialistas y en los otros artículos que le siguen.

Acaso esa postura ambigua que mantuvo frente al pensamiento marxista -tal como indica J. Fontana- deba entenderse más que nada como un distanciamiento respecto de los presuntos herederos de Marx con los que habría de convivir.

Así, pues, el punto de partida de su filosofía política es distinto al de Marx. En su discurso, las referencias al materialismo histórico son simples concesiones argumentativas a su idealismo. No cree en los postulados marxistas más mecanicistas -pero fundamentales- propiciadores de la acción política, tales como la primacía de los elementos de producción o de cambio sobre todas las demás influencias, ni en la tesis de la pauperización creciente -como hemos apuntado antes-, ni tampoco -lo que es muy llamativo- en la ineluctable dialéctica de la lucha de clases, aunque no la rechaza. Para Jaurès la vinculación exclusiva a la lucha de clases equivale a la esterilidad política. Y aunque en ocasiones no le queda más remedio que incluir en su discurso elementos del credo marxista -la misma lucha de clases y la plusvalía- se encuentran escasamente desarrollados.10

Un segundo rasgo inmutable a destacar del pensamiento político de Jaurès -siempre pródigo en proposiciones de síntesis- es su intento de armonizar individualismo y socialismo, llegando a afirmar que ”el socialismo es la afirmación suprema del derecho individual”, posición sumamente alejada del colectivismo de la fracción guesdista coetánea.

Otro centro de interés en los escritos de Jaurès y que parte, como hemos visto, de su concepción de evolución histórica, es que la Revolución francesa representaba la abolición del feudalismo y una nueva forma social en la que todavía se mantenía el dominio de una clase sobre otra, pero que suponía un paso adelante más hacia el ideal de liberalización del ser humano, sobre todo, porque en el aspecto político la Revolución había supuesto la encarnación de la libertad política, de esa democracia política que definitivamente habría de hacerse realidad plena con la introducción por el socialismo de la democracia económica. Esa libertad política la habría hecho realidad y conquistado en al Francia revolucionaria la República. De ahí que el modelo que encarnaba idealmente los valores democráticos era el modelo republicano -y no otro-, a partir del cual y a través de la actividad legal y parlamentaria se debía cumplir la evolución al socialismo.

Jaurès, en el que acaso es su discurso más célebre -el pronunciado en una entrega de premios escolares en el Lycée de Albi en 1903- no sólo expresó de forma insuperable esa idea, considerando que con la IIIª República tomaban cuerpo otra vez y de manera definitiva los valores que había puesto en movimiento y hecho realidad política temporal la república  revolucionaria, sino que, además, era la forma política hacia la que evolucionaban todas las democracias del mundo.11

Otro aspecto significativo de su pensamiento y posicionamiento político, en esa obsesiva pretensión sintética, es el intento de conciliación entre patriotismo y pacifismo o, dicho en otros términos, entre nacionalismo progresista -por democrático y civilista- e internacionalismo. Aunque ardiente enemigo de las aventuras bélicas y coloniales, no es menor su entusiasmo patriótico, que se refleja tanto en sus artículos como en los debates parlamentarios suscitados con ocasión de tratarse aspectos militares, que a pesar de referirse principalmente a temas técnicos más que ideológicos o doctrinales, nadie discutía el principio mismo de la defensa nacional, sino sólo la modalidad que debía tomar tal defensa militar. Jaurès en este asunto, como en otros relativos a la guerra -que siempre entiende defensiva-, no puede ser más ingenuo y candoroso: la creación de un ejército de milicias que pueda ser movilizado rápidamente y para la ocasión.12

También, por lo que hace a la cuestión del colonialismo encontramos en Jaurès una posición equilibrada, por no decir débil. Como se sabe, en la triple postura con que el socialismo encaró en la IIª Internacional el problema colonial, el tribuno francés sostuvo la posición de que el colonialismo no era totalmente positivo para la clase obrera mundial, como opinaban los socialistas del ala derecha, pero tampoco sus efectos negativos lo eran totalmente como interpretaba la izquierda del socialismo internacional. Jaurès pensaba que el colonialismo podría entenderse únicamente como positivo si estaba dirigido exclusivamente a producir sobre los pueblos colonizados un efecto civilizador. Esta misión civilizadora -de claro corte paternalista- exigía en su opinión, como premisa previa, que la metrópoli tuviese el grado de civilización adecuado para poder ejercer tal tutela.


En cuanto a la vía de acceso al socialismo, ésta debía pasar por la aceptación del Estado, que ”en una democracia no es exclusivamente Estado de clase”, pues para Jaurès la democracia ha de ser pluralista y de régimen parlamentario, porque la democracia -según él- otorga garantías a las clases, a la relación de clases, asegurando un tanto ingenuamente que la supremacía de una clase puede abrir la vía o, incluso, la dominación de otra.

El socialista de Tarn conciliará la lucha de clases con su evolucionismo revolucionario recurriendo a otra de sus síntesis de aparentes contrarios. No hay contradicción real en el hecho de que se reconozca que la lucha de clases en la sociedad capitalista sea cada vez más aguda e intensa y que, sin embargo, al mismo tiempo no haya peligro de una revolución brusca y violenta que produzca el derrumbamiento de la sociedad establecida. Al contrario, ese conflicto de clases por estar penetrado por parte del proletariado de la idea y la organización socialistas presenta unas dimensiones tales, que por el amenazante potencial de cambio revolucionario que implica, finalmente conduce a reformas por acuerdo, pero no a reformas parciales y a corto plazo sino a reformas profundas encaminadas hacia la transformación socialista futura13. Una afirmación de clase totalmente opuesta a la dura de los guesdistas -sus parientes próximos- para quienes no existen más que dos campos enemigos enfrentados: burguesía y proletariado.

Como consecuencia, Jaurès, en la praxis política -en una especie de socialismo ministerial- va a ser partidario de una colaboración con los partidos burgueses progresistas, pero no una colaboración incondicional o permanente, sino estratégicamente enfocada desde un planteamiento evolutivo y con carácter temporal dado su entendimiento de la clase obrera como esencial sujeto revolucionario, aunque sea para construir una sociedad en la que se encarnen valores universales.

Y aunque ya había defendido esta postura en otras ocasiones anteriores   -por ejemplo en el Congreso de la Internacional de 1900 en París- será en el Congreso de Toulouse de 1908 cuando de una forma rotunda Jaurès expresará, apelando a su propia experiencia política, el sentido positivo que para él podían tener las relaciones con los partidos burgueses, argumentando que no se podía adoptar en el Congreso una actitud global, indiscriminada, de rechazo a la colaboración con ellos. Jaurès, en ese momento, para justificar esa postura, hizo referencia al apoyo electoral que siempre había tenido en su distrito de Carmaux desde las filas del radicalismo democrático.14

En fin, en cuanto al mecanismo de explotación en el capitalismo a través de la plusvalía, estamos en una situación similar. Jaurès la integra en su visión socialista en concordancia con su manera de entender la lucha de clases. Aunque en distintos pasajes de la colección de artículos que conforman sus Estudios socialistas se refiere a ello -y a la tendencia a reducir el concepto de propiedad mediante la socialización con indemnización (sic)-, será en su obra posterior L´Armée nouvelle en la que realiza una brillante síntesis adaptada a su visión socialista de la teoría del valor que fundamenta esa categoría marxista. Desde el momento en que Jaurès parte del supuesto de que los valores del socialismo son consustanciales con la naturaleza humana y que de ser percibidos nítidamente por la propia clase explotadora, ésta los pondría incluso por encima de sus intereses económicos, entiende el pensador y político francés que en el capitalismo la plusvalía funciona de manera oculta, profunda, enmascarada por los mecanismos del mercado y, por lo tanto, la burguesía no es consciente de su propia explotación. Lo que la hace sorda a las críticas del socialismo y no le permite ser consciente de la causa verdadera de las enormes desproporciones de fortunas y los profundos desequilibrios sociales que su acción provoca.

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Monumento dedicado a Jaurès en Carmoux
El ideario de Jaurès no tuvo una influencia efectiva en la izquierda española -y aún menos entre los trabajadores que entre los intelectuales- si exceptuamos algunos pocos nombres. Pero no fue desde luego desconocido entre los dirigentes socialistas españoles, ejerciendo una influencia mayor entre otros intelectuales socialistas, influencia que acaso haya sido en la mayoría de estos casos más puntual que de conjunto y no determinante para acceder al credo socialista.

Manuel Tuñón de Lara, por ejemplo, señala como la influencia jaurèsiana se detecta en la segunda época del pensamiento de Jaime Vera y también el de Manuel Núñez de Arenas, de quien llega a decir que ”por su formación cultural francesa fue uno de los vehículos y adaptadores importantes del pensamiento jaurèsiano en España”15. Gran influjo tuvo, en cambio, en otros intelectuales como es el caso de los mallorquines Gabriel Alomar y Alexandre Jaume, los dos de notable formación cultural francesa e impregnados de su ideario y actitudes a través de la cotidiana lectura de L´Humanité parisino. Incluso nos atreveríamos a afirmar que los ecos del pensamiento de Jean Jaurès y concretamente su idea referente a que la tarea socialista por hacer consistía en ”compléter pacifiquement la démocratie politique en démocratie social” 16, sin que la implantación de ésta en ningún momento fuese a suponer la negación de la libertad individual, se perciben más explícitamente en los planteamientos centristas y actitudes equilibradas de Indalecio Prieto como argumentaría en 1921 en la sociedad El Sitio de Bilbao en su conocida conferencia titulada La libertad, base esencial del socialismo.

Según los estudios de Pedro Ribas, el tribuno francés es el segundo autor más citado en la prensa del P.S.O.E., en el período que va de su fundación a 1918, después de Paul Lafargue17, a pesar de que su pensamiento es siempre puesto en entredicho desde la óptica del guesdismo hispano.
Tal popularidad de Jaurès en la prensa controlada por el socialismo oficial va acompañada de una popularidad fuera de los ambientes meramente socialistas como lo prueba el hecho de que alguno de sus libros fuese publicado en la colección popular Los Pequeños Grandes Libros de Barcelona. Según el mismo Ribas, dentro del campo del socialismo, es el segundo autor francés más traducido, pudiendo afirmarse que el período de su difusión en España comienza hacia 1900, va en aumento hasta 1915 -coincidiendo con la unificación de los socialistas galos en un sólo partido- y decrece a partir de tal fecha18. Su tono difería mucho de los escritos socialistas hasta entonces conocidos en España. Para Ribas, el pensamiento de Jaurès representa una línea que no tiene réplica exacta en ningún socialista español, aún aglutinando el componente moral que posee el socialismo hispano. Y apunta que los intelectuales de formación institucionista, como Fernando de los Ríos, Besteiro y el mismo Unamuno, serían los más próximos a su línea de pensamiento pacifista.

Sorprendente utilización de la figura de
Jaurès por la extrema derecha gala
Respecto a los Estudios socialistas, vieron la luz por primera vez en España hacia 1910 y 1911, publicadas las dos ediciones por la casa F. Sempere y Cia. de Valencia y traducidas por Constantino Piquer19. Esta misma empresa editora publicaría en cuatro volúmenes la excepcional obra del tribuno francés Historia socialista (de la Revolución francesa) en el año de 1906. Tendrían que transcurrir muchos años para que los Estudios viesen de nuevo la luz en una colección popular, esta vez a cargo de la editorial Zero-Zyx (Bilbao-Madrid), en dos ediciones aparecidas en el tardofranquismo, la primera en julio de 1968 y una segunda en abril de 1970. Ambas traducidas regularmente y basadas en la vieja versión valenciana, que presenta alguna mutilación intrascendente respecto a la original francesa de 1902, y cierta confusión en la ordenación y clasificación de los epígrafes relativos a las diferentes partes y artículos.

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Si con motivo del octavo aniversario de su asesinato, Antonio Fabra Ribas, socialista de origen catalán que había sido redactor de L´Humanité, exaltaba a Jaurès como una de la figuras ”más excelsas de la humanidad” -a pesar de que en los últimos tiempos había arremetido contra él por defender el colaboracionismo con los partidos burgueses-, no menos elocuentes son las palabras que le dedica una año más tarde con motivo similar el socialista mallorquín Alexandre Jaume: ”Han pasado nueve años de su muerte y su palabra vibra todavía. Su nombre es aún citado diariamente en artículos o en discursos y desde el Congreso de Tours que engendró la división de comunistas y socialistas, ambas fracciones se disputan la herencia espiritual del gran tribuno”20.

Así es, efectivamente. Sin duda, hará falta escribir un día un libro sobre los destinos de la memoria jaurèsiana.  El P.C.F. ha integrado en sus filas a Jaurès -absolviéndole de su insuficiente marxismo- como fundador de L´Humanité, como pacifista combativo opuesto a la guerra, y casi como militante -a título póstumo- de la IIIª Internacional. Del otro lado, los socialistas han hecho de Jaurès un gran humanista y un gran republicano, sin ponderar con justicia su importancia política y su visión del reformismo revolucionario.



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BIBLIOGRAFÍA


-    Émile Vandervelde, Jaurès, París, 1929.

-    Jean Jaurès, Oeuvres de Jean Jaurès, edición preparada por Max Bonnafoux, París, 1931-39 (9 vols.).

-    Louis Lévy, Anthologie de Jean Jaurès, París, 1946.

-    Marcelle Auclair, La vie de Jean Jaurès, París, 1954.

-    Jean Jaurès, L´Esprit du socialisme. Six études et discours, prefacio de Jean Rabaut, París, 1964.

-    Georges Lefranc, Jaurès et le socialisme des intellectuels, París, 1968.

-    André Robinet, Jaurès. París, 1969 (2ª edic.).

-    Jean Jaurès, Estudios socialistas, Madrid, 1970 (2ª edic.).

-    Jean Rabaut, Jaurès, París, 1971.

-    Marcelle Auclair, Jaurès, Barcelona, 1975.

-    Jean Jaurès, La classe ouvriére, textos presentados por M. Rebérioux, París, 1976.

-    Madaleine Rebérioux, “Jean Jaurès y el marxismo” en (A. Zanardo, editor) Historia del marxismo contemporáneo. I: La socialdemocracia y la IIª Internacional, Barcelona, 1976; pp. 435-470.

-    Jean Jaurès, L´Armée nouvelle, París, 1977.

-    Leszek Kolakowski, La principales corrientes del marxismo. Su nacimiento, desarrollo y disolución. II: La edad de oro, Madrid, 1982 (capítulo 5: “Jean Jaurès: el marxismo como soteriología”).

-    Charles Rappoport, Jean Jaurès. L´homme, le penseur, le socialiste, París, 1984.

-    Max Gallo, Le grand Jaurès, París, 1984.

-    Christophe Prochasson, “Histoire intellectuelle/ Histoire des intellectuels: le socialisme français au début du XXe. siècle” en Revue d´histoire moderne et contemporaine 39-3, 1992.



1 Claude Willard, Le mouvement socialiste en France (1893-1905). Les guesdistes, París, 1965; p. 348
2 En la selección que M. Bonnafoux hace en los años treinta de las obras de Jaurès, dos de los volúmenes se titulan asimismo Études socialistes y recogen textos de 1888 a 1901.
3 Jean Jaurès se sirve de la excelente traducción del Manifiesto del Partido Comunista de su amigo Charles Andler, que acababa de aparecer en las librerías parisinas aquel mismo año de 1901.
4 Jaurès es un teórico genuinamente original y difícilmente podía ser llamado marxista, pero influyó notablemente en la vida intelectual francesa con su interpretación del marxismo. (L. Kolakowski, Las principales corrientes del marxismo. Su nacimiento, desarrollo y disolución. II: La edad de oro, Madrid, 1982; p. 21).
5 El libro se estructura de la siguiente forma: Una Introducción (Cuestión de método), como hemos visto, y un Prefacio (República y Socialismo); pasa luego a la recopilación de artículos propiamente dicha y que agrupa en diversas partes. Bajo el epígrafe El movimiento rural recoge dos (El movimiento rural y Lentos bosquejos), uno en Revisión necesaria con el mismo título, ocho artículos en Evolución revolucionaria (Evolución revolucionaria en cincuenta años, Mayorías revolucionarias, Palabras de Liebknecht, Liebknecht y la táctica, “Ensanchar, no reducir”, El socialismo y los privilegiados, Las razones de la mayoría, Huelga general y revolución), uno en El Fin y otro en El socialismo y la vida con iguales títulos respectivamente, y por último otros ocho artículos en el apartado De la propiedad individual (Los radicales y la propiedad individual, Propiedad individual y código burgués, La propiedad individual y el impuesto, La propiedad individual y el derecho sucesoral, La Revolución francesa y el derecho sucesoral, La propiedad individual y las leyes burguesas de expropiación, La propiedad individual y las sociedades de comercio, Propiedad individual y sociedades anónimas).
6 Al respecto: Jean Jaurès, Idéalisme et materialisme en L¨Esprit du socialisme, París, 1964.
7 Sobre todos estos aspectos de su pensamiento puede verse el capítulo quinto (Jean Jaurès: el marxismo como soteriología) en el mismo volumen de la obra ya citada de L. Kolakowski.
8 Oeuvres de Jean Jaurès, t. IV, París, 1.931; p. 136.
9 Inclasificable para Madeleine Rebérioux.
10 Sobre su relación con el marxismo véase el excelente ensayo de M. Rebérioux, Jean Jaurès y el marxismo en Historia general del marxismo contemporáneo, Barcelona, 1976; pp. 435-470.
11 Discours à la jeneusse en L´Esprit du socialisme, op. cit.; p. 59.
12 Los planteamientos pacifistas de Jaurès pueden encontrarse en los capítulos  primero y décimo de su obra L´Armée nouvelle (París, 1911) y en Patriotisme et internacionalisme (París, 1895). Su análisis se ha desarrollado, entre otros trabajos, en Charles Rappoport, Jean Jaurès. L´homme, le penseur, le socialiste (París, 1922; capítulos quinto de la primera parte y segundo y tercero de la tercera, según la edición de Paris de 1984) y en Max Gallo, Le grand Jaurès (París, 1984; capítulos 23 á 30  básicamente).
13 Al respecto, L´Armée nouvelle, París, 1977; p. 313.
14 Discours du Congrès de Toulouse en L´Esprit du socialisme, op. cit.; pp. 119-123.
15  Véase al respecto su trabajo Sobre la historia del pensamiento socialista entre 1900 y 1931 en Albert Balcells (edición de), Teoría y práctica del movimiento obrero en España (1900-1936), Valencia, 1977; pp. 15-33.
16 J. Jaurès, L´Armée nouvelle, París, 1911 (p. 442 de la edición de L¨Humanité de 1915).
17 El carácter de la recepción del marxismo por el socialismo español hasta 1918, Anales de Historia, vol. I (1986); pp. 43-45.
18 Pedro Ribas, La introducción del marxismo en España (1869-1939). Ensayo bibliográfico, Madrid, 1981; p. 56.
19 Otros autores apuntan la fecha de 1909 como la de la primera edición a cargo de tal editora.
20 Monumento a Jaurès, El Obrero Balear, 15-V-1923.  El artículo de Fabra en la revista España de Madrid (nº 331 de 29-VI-1922; pp. 13-14).





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